El año del diluvio.
El año del diluvio es la historia de una pasión. Los temporales e inundaciones que devastan la comarca hallan aquí su correspondencia en la imprevista y violenta atracción que alcanzan de modo pasajero y perentorio los destinos deuna religiosa y un terrateniente, en un verano de la sofocada y atónita España de los años cincuenta. Nuevamente Mendoza sitúa su fabulación en tierras catalanas y en el pasado; pero esta vez no nos hallamos en la ciudad, sino en el campo, y no en un ayer decimonónico, sino en la dilatada sequía de posguerra, en la que la súbita furia de los elementos y la irrupción y la irrupción violenta del amor corren parejas, al tiempo que, en un telón de fondo montaraz, diseñado con trazos y trazas de serranía para el bandolerismo romántico, las incursiones del maquis impugnan el orden aletargado e inmóvil de la clausura provinciana. La invención expresiva constante de Mendoza y su inigualada habilidad para la recreación de estilos y géneros – desde la picaresca hasta el folletín o la novela de aventuras – sustentan el cañamazo de una historia rica en hallazgos y sorpresas; pero el propósito fundamental no es paródico o chistoso, aunque a veces lo sean ciertos rasgos de estilo o peripecias menores. Una tonalidad agridulce resulta, al cabo, lo propiamente característico de esta novela en la que, más allá de las agitaciones aparatosas y momentáneas, nos es dado atisbar, con mirada compasiva, cordial y secretamente melancólica a veces, el frágil territorio íntimo de los sentimientos en que se cifra la verdad humana. Por su maestría narrativa, desplegada en los más varios registros, y por el empuje y poder de convicción con que transmite al lector un mundo propio y unos personajes de contorno imborrable, El año del diluvio habrá de contarse entre los logros mayores de Eduardo Mendoza.